¡Bienvenidos de vuelta al Café en LA! Les cuento que este mes he estado bastante ocupada pero siempre contenta de encontrarme con mamás de otros países que ahora hacen de Los Angeles su hogar.
Ayer estuve con una amiga que nació y creció en Beijing y lleva más de 20 años en California. Uno de éstos días les cuento su historia.
Mientras tanto, con café en mano les voy a compartir la historia de una expat que llevamás de cincuenta años en la costa oeste americana. ¿Me acompañan?
Susana es argentina. Ella, su esposo Guillermo y su hija, María Susana, entonces de casi cinco años, vinieron a Los Angeles en 1964. La mudanza la planearon mucho antes y las circunstancias hicieron que se forme una linda amistad entre nosotros que ha durado toda una vida.
Y, es que Susana y Don Guille, fueron motivados por unos buenos amigos a buscar oportunidades en Los Estados Unidos. Y aunque los amigos empezaron su experiencia en el medio oeste, en Chicago, los inviernos resultaron poco agradables y decidieron aventurarse hacia la costa oeste donde habían viñedos y sol, más parecido a lo que habían dejado atrás en Mendoza.
En aquellos tiempos no habían computadoras así es que las cartas por correo eran esperadas con ansiedad (por supuesto tomaban más tiempo, ahora todo es al minuto!) y por fin, llegó la carta hablando de California y que ahí era dónde debían encontrarse.
Susana me contó que al principio cuando se plantearon la decisión de mudarse para Los Estados Unidos, Don Guille había considerado la idea de venirse él solo y dejarla a ella y a la niña atrás un tiempo hasta que se ubicaba mejor.
Pero, en una reunión familiar con los padres de Susana, su mamá le dijo que no, que debían irse todos juntos, “Mi madre nos dijo, la familia es el sostén de cualquier intento de cambio, entonces decidimos venirnos los tres a la vez.” Susana dice que su madre tenía razón. Estar tan lejos de toda la familia fue menos doloroso estando ellos tres juntos.
Igual que para muchos, adaptarse a la nueva vida en Los Angeles fue difícil. Siempre que dejamos a los que amamos atrás cuesta mucho y nos duele el corazón. Le contaba a Susana lo que dolió despedirme de mi papá el día que yo me casé y ya me venía a Los Angeles permanentemente y lo vi llorar… creo que nunca olvidaré esa imagen mientras esté viva.
Ella me decía que lo más duro para ella era cuando iba de vuelta a Argentina todos los años y no quería regresar. “Me tomó casi cinco años dejar la tristeza que me daba ir y venir. Hasta que una buena amiga me habló fuerte pero con cariño y me dijo que si ya que vivía acá, ya tenía que buscar la manera de adaptarme y ser feliz. Y así lo hice.”
Susana y Don Guille vivieron en Los Angeles 30 años y se mudaron a Las Vegas, Nevada hace ya 21 años. “A Las Vegas veníamos de turistas y siempre me encantaba ver a la gente feliz y disfrutando sus atracciones, sobre todo los espectáculos de la música jazz que a mi Guille le encantaban,” me contaba. “Nos vinimos acá siguiendo a nuestra hija y a su familia que se mudaban acá.”
Hoy día Susana tiene dos nietos americanos, mitad argentinos y mitad americanos y también de raíces mexicanas. Su hija creció bilingüe y bicultural y es así como ha criado a sus hijos.
Uno de sus más cálidos recuerdos al principio de haberse mudado fue el realizar que su hija María Susana a los 6 años y asistiendo a la escuela ya reconocía la importancia de no perder el español. “Ella le escribía en español a su abuelita y siempre me preguntaba, como se decía “querida abuela, o te quiero mucho abuelita.”
Y aquella amiga que la motivó a mudarse a la costa oeste de Los Estados Unidos ahora vive la mitad del tiempo en la Florida y la mitad en Argentina. Pero es una amistad que dura cuatro generaciones que ha transcendido océanos, tristezas y muchas alegrías.
“La vida da muchas vueltas y a veces no sabemos dónde vamos a parar, pero si asumimos una actitud positiva a los cambios seremos más felices.”
Hasta el próximo café en LA!
Maritere